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La Espada en la Masonería

 


En los días previos a escribir estas líneas repasaba mis apuntes que a lo largo de mi vida masónica he podido anotar entre trenes y aviones: sentimientos, ideas o esquemas que han sido plasmados en una libreta. De todos ellos, me quedo con los valores que apuntalan la utilidad pública y social de nuestra Orden, que no son otros sino enseñar al ignorante, abatir al ambicioso y desenmascarar al hipócrita, a través de las virtudes o herramientas masónicas: tolerancia, libertad, igualdad, moderación, rectitud, imparcialidad, beneficencia y justicia.  

En los muchos ágapes que he podido compartir con diferentes hermanos esparcidos por la faz de la Tierra, suele surgir cada cierto tiempo un hilo de conversación que hilvana estas notas con lo que podemos encontrar en el minuto siguiente en que salimos de nuestros templos; y que a buen seguro alguna vez nos hemos planteado: nos hemos formado intelectualmente, éticamente y espiritualmente, ¿y ahora qué? Esa misma noche soñé que me encontraba a las puertas de un campamento de un gran ejército de caballeros que aguardaban en medio de la llanura; quizás a la espera de una señal que les condujera al fragor de una batalla. Por su porte, disposición y enseñas que flameaban al viento, a todas luces se trataba de un combate diferente signo a los que tiñen de sangre nuestra tierra.

A la mañana siguiente y ya con el ajetreo de nuestra vida profana no le di más importancia a ese sueño, ni a su correlación con mis pensamientos de la tarde anterior. El inquietante vibrar del teléfono, llamadas, correos electrónicos, mensajería instantánea, que, salvando las diferencias, pareciera también el ruido de una contienda entre guerreros de otro tipo.

Porque aún con el cambio de vestimenta y del periodo histórico en la jungla de nuestras ciudades pareciera que cada mañana se preparan para el asalto caballeros de diferente linaje. El ritual del grado XXXII o del Sublime Príncipe del Real Secreto, nos enseña que pese a los múltiples enemigos y causas por las que luchar que podamos encontrar, un masón sólo tiene cinco enemigos: Ignorancia, Tiranía Espiritual, Despotismo, Demagogia y Egoísmo. Todos ellos atentan contra la bondad moral del hombre. Ese es el objetivo que tiene que liderar nuestra hoja de ruta.

Estos cinco enemigos, juntos o por separado, han sido usados por tiranos que sin ideología concreta los han usado contra la humanidad para que permaneciera en la oscuridad de la noche ética y operativa. El camino para enfrentarse a tales males, dista en formas del campo de ensoñación descrito y permanente en la divisa del grado, pero no en modo que debe ser constante para desde el autosacrificio y herramientas actuales, plantarle cara. Quien desde esa virtud doblega esos males, habrá alcanzado la gloria del centro del campamento, una fruición gloriosa de su trabajo laborioso. Decía un aforismo del refranero popular, que “La mujer del César, no sólo debe ser honrada sino parecerlo”. En este caso, los caballeros no sólo deben parecerlo exteriormente, sino serlo interiormente. Por eso, y aunque parezca un contrasentido, incluso en las armas que portan deben hacer gala de esa nobleza intrínseca al grado, porque, aunque son elementos exteriores, apelan al mundo interior.

La espada es un arma noble. Para enfrentarse en combate uno debe haber recibido instrucción acerca del uso de la misma, tanto en ataque como en defensa. Es reflexiva, requiere de una meditación que el uso de armas innobles no facilita. No puede usarla cualquiera, ni está al alcance de cualquiera blandirla.

La espada no debe ser defensiva ni reactiva, al contrario, debe suponer la mesura entre ambas. Tiene que ser un recordatorio de la rectitud del camino que seguimos. Sin caer en ninguna de las dos opciones que se abre a ambos flancos del filo. Sino al revés, debe suponer un avance recto desde el interior de nuestro ser (representado por el centro de equilibrio vital dispuesto en la empuñadura) hasta el contacto con el exterior (que es la punta, donde convergen todas las líneas que forman la hoja).

El Campo de los Príncipes representa la Unidad en mayúsculas. La ‘común unión’ de un ejército simbólico que no real, armado únicamente por el poder de la palabra. Por lo que las amenazantes espadas que blanden los caballeros, no son más que un símbolo de la Orden que nunca ejecutará la inspiración segadora por la que fueron concebidas. Alguien puede preguntarse entonces, en qué momento un masón decide atacar y por qué. Como se verá a continuación, sólo se usará de forma simbólica en el auxilio de los hermanos y en el de la Orden, en lo que respecta al mantenimiento de los valores humanos.

Este grado, se le considera el segundo de los “Grados Administrativos”, aunque si bien este término puede mover a la confusión por su asimilación con la interpretación profana del mismo. “Grado Administrativo” no se entiende por una mera formalidad o alguna función burocrática de tipo convencional, por el contrario, se trata de un grado a través del cual se ejerce en forma efectiva el poder de nuestro Rito.

Etimológicamente “administrativo” proviene de la conjunción latina “ad minister”, es decir, estar al servicio de los demás. En este sentido, no hay que olvidar la aportación del autor Cenni, que orienta acerca de algunos indicios que parecen señalar que el Príncipe del Real Secreto fue, en sus orígenes, la continuación del Príncipe de Jerusalén, hoy grado 16° del escocismo. Fuera como fuese, en ambos casos se trata de un grado de reconstrucción, de reorganización, de reunir lo que antes se encontraba disperso. Por lo que conceptualmente, el grado 32° se considera como ‘la consumación del templarismo en Masonería’.

Todo esto podría resumirse de forma literaria, como aquel lema de los Mosqueteros de Dumas, en su famoso “Uno para todos, todos para uno”. En el sentido de que todos acudiremos a una cuando se trate de la defensa de la Orden en caso de que sea atacada; o también todos para defender a un hermano cuando lo requiera, tal como solicitamos auxilio con la frase que se aprende cuando llegamos a la maestría masónica: “A mí los hijos de la viuda”.

Este auxilio, al igual que el concepto del ejército, es simbólico, porque las verdaderas armas de un masón son la palabra, la actitud y el ejemplo.

Quedarse en la palabra, es proponer, pero no obrar; y la actitud denota la voluntad operativa que le imprimimos a la palabra. Pero si hubiese que destacar a alguna por encima de las otras dos (no restando importancia a ellas) sería el ejemplo, porque mediante el mismo, no sólo convencemos de nuestras razones a los profanos, sino al resto de hermanos.

Por desgracia, tanto en la Guerra Civil española, como en la II Guerra Mundial, este auxilio se tuvo que utilizar mucho, gracias al mismo muchas personas pudieron salvar sus vidas, escapando de las terribles consecuencias de cualquiera de esas contiendas.

El camino hacia el interior del campamento, hacia la búsqueda permanente del real secreto, no ha sido fácil. Decían las doctrinas santas, que el camino ha sido difuminado o emborronado parcialmente por diferentes velos, oscurecido por voluntades y disimulado por enigmas.

La única brújula posible entonces, se transfigura ante mis ojos, como fiel. Es la balanza, el símbolo que representa la ley del equilibrio universal, el instrumento para encontrar en mí mismo la fuerza interna para combatir como un soldado más. Sin embargo, ser soldado de la libertad, no es buscar el conflicto de forma gratuita. Allí donde exista un poder político arbitrario, déspota o demagógico, trabajaremos por la aplicación del código del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, haciendo posible el proceso democrático a través del sufragio universal real.  Otro de los objetivos de este grado consiste en presentar una síntesis armónica de todo el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, siendo capaz al mismo tiempo, de efectuar una revisión y una articulación general de los grados del mismo. Como he apuntado hace unas líneas acerca del símbolo del grado conocido como el “Campo de los Príncipes”, apunta hacia el hecho de: “reunir lo disperso”.

La tarea de unión requiere de un proceso de organización y de encontrar una estructura subyacente en aquello que superficialmente puede parecer caótico: “ordo ab chaos”. El Rito es presentado como un gran ejército Templario, con sus grados y jerarquías, que quizás, con nuestra visión humana del siglo XXI, pudiera parecer que es una imagen que no tuviera los valores a los que apelamos y hacia los que nos dirigimos. -- De todas formas, obviando lo objetable de la referencia a un “ejército organizado”, el Campo de los Príncipes, como en el metalenguaje, va más allá, configurándose como un mandala masónico de gran riqueza que amerita una extensa meditación, más allá de la simpatía o antipatía de la vida castrense.


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