Durante el transcurso del Rito de iniciación el neófito va intuyendo la inmensidad de los conocimientos que ante él se alzan por desvelar, conocimientos que se encuentran tras el umbral que representa el paso de profano a iniciado. Un ritual de muerte y nacimiento, que se puede representar también como la puerta de Jano, el dios romano de las dos caras, la una que mira hacia el pasado y la otra que vislumbra el futuro.
La práctica y el estudio del ritual llevan al Aprendiz a contactar con la antigua Masonería operativa, con los antiguos Gremios de Constructores, con su organización y con su Trabajo. Con los trabajos de construcción de las catedrales góticas. De aquellos trabajos rudimentarios, el reservado a los aprendices era el desbastar, el de cantear las piedras extraídas de las canteras a fin de que fueran útiles para la obra que habían de realizar artesanos más diestros, más expertos; ellos, conocedores del Arte, darían forma, medirían, escuadrarían y pulirían cada piedra, para que, así trabajada, ocupara el lugar al que el “trazado” realizado por el Maestro la había destinado. Nada ha cambiado tras el paso a la Masonería especulativa, salvo que nosotros somos al mismo tiempo el material, la piedra y artesano. Somos la piedra a trabajar y el cantero que utiliza las herramientas con las que, de una piedra basta, plena de imperfecciones, se puede obtener una piedra perfectamente cúbica, perfectamente pulida.
De aprendices somos los masones, piedra bruta en la cantera y, al mismo tiempo, agremiados que apenas comienzan a dar los primeros pasos en el Arte, artesanos incapaces de manejar con precisión las herramientas que la Masonería pone a nuestra disposición. Piedras a desbastar, piedras que con perseverancia en el trabajo llegarán a ser sillares perfectamente insertados en el Templo que la Masonería pretende construir para sí mismo, inicialmente, y posteriormente para la Humanidad.
En la piedra bruta que simbólicamente es cada Aprendiz, se halla encerrado el base perfecta, solo hay que saber trabajar la piedra, ¡Hay que querer trabajar la piedra!.
La Masonería, mediante alegorías y símbolos, vela los conocimientos que tras su iniciación quedan expuestos al nuevo masón que da sus primeros pasos por el camino iniciático.
El primer trabajo que el V∴ M∴ ordena realizar al Aprendiz, una vez finalizado el Rito de Iniciación, debe realizarse sobre la piedra bruta, utilizando para ello las dos principales herramientas del Aprendiz: el mazo y el cincel. Con esos tres golpes dados con el mazo sobre el cincel y éste, así golpeado, mordiendo con su filo por tres veces la piedra bruta, comienza el “aprendizaje”, a través del cual comprenderá el Aprendiz que es con su propia voluntad, con su trabajo personal, con su esfuerzo, con su decisión a hacer, con el abandono de la pasividad, con lo que comienza a “desbastar” su piedra bruta para hacer aflorar la belleza y perfección que contiene: Con la Fuerza medida y aplicada con Sabiduría, hace aflorar la Belleza escondida tras la piedra bruta; piedra inservible en ese estado para la construcción del Templo Interior, pero una piedra que potencialmente encierra la máxima belleza, la perfección de la Creación.
La Voz de la Logia (Junio 2020)
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