El prosélito era el pagano que abrazaba el judaísmo; hoy, en lengua masónica, prosélito sería el profano que llega a la Masonería.
En teoría, la Masonería no realiza una labor proselitista, es decir, no “recluta” nuevos elementos para iniciarlos en los Augustos Misterios.
La literatura masónica no tiene como objetivo ganar nuevos adeptos, sino solo ilustrar a los masones y aclarar a quienes no se preocupan por su trabajo.
La Masonería puede considerarse un imán que atrae limaduras de hierro y las agrupa.
El profano que es invitado por un masón, en forma aislada, accede a la invitación porque su atracción es innata; siente el deseo de unirse a la Orden; es una aspiración mística.
La Masonería no necesita ampliar sus cuadros; es el Gran Arquitecto del Universo que dirige a la persona quien deberá participar en la Fraternidad Universal.
No todos los invitados aceptan la invitación; no todos los Iniciados permanecen en la Orden, solo los predestinados.
El masón, especialmente el Maestro, debe sentirse honrado de haber sido “escogido” entre millones para ser parte del Arte Real.
Breviário Maçônico / Rizzardo da Camino, - 6. Ed. – São Paulo. Madras, 2014, p. 312.
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