El hombre es llevado naturalmente a sentir miedo delante de lo que no conoce o no comprende, y este miedo mismo deviene un obstáculo que le impide vencer su ignorancia, ya que le lleva a apartarse del objeto en presencia del cual lo ha sentido y al cual atribuye su causa, mientras que, en realidad, esa causa no está más que en él mismo; además, a esta reacción negativa le sigue muy frecuentemente un verdadero odio al respecto de lo desconocido, sobre todo si el hombre tiene más o menos confusamente la impresión de que eso desconocido es algo que rebasa sus posibilidades actuales de comprensión.
No obstante, si la ignorancia puede disiparse, el miedo se desvanecerá de
inmediato, como ocurre en el ejemplo bien conocido de la cuerda tomada por una
serpiente; el miedo, y por consiguiente la angustia, que no es más que un caso
particular del mismo, es pues incompatible con el conocimiento, y, si llega a
un grado tal que sea verdaderamente invencible, eso hará que el conocimiento se
vuelva imposible, incluso en la ausencia de todo otro impedimento inherente a
la naturaleza del individuo; así pues, en este sentido se podría hablar, de una
«angustia metafísica», que juega en cierto modo el papel de un verdadero
«guardián del umbral», según la expresión de los hermetistas, y que cierra al hombre
el acceso al dominio del conocimiento metafísico.
Fuente: René Guenón, "Iniciación y Realización Espiritual", Cap. III, párrafos 3º y 7º
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