"Aquel
hecho psicológico que posee la mayor fuerza en un ser humano, obra como ' Dios', el lugar de la divinidad parece estar ocupado por la totalidad del
hombre". C.G.Jung
Desde sus orígenes la Masonería está vinculada a un principio espiritual. El Gran Arquitecto Del Universo (GADU) es un símbolo de carácter indefinido y abierto a una libre interpretación entre los masones, pero imprescindible para el carácter iniciático de la tradición Masónica. Es un símbolo hacia la transcendencia que llama a una libre interpretación y no debe ser tomado como una revelación. Es un Dios sobre el que no se hace teología, porque la Masonería no se propone a sí misma como una "Ortodoxia", sino como una "Ortopraxis". Esta ortopraxis llevará implícita una o varias teorías u opiniones (doxa), pero su bondad se verá en sus frutos y no en el equilibrio conceptual de unos u otros dogmas. Es la representación mental de un principio creador de una entidad superior al hombre, así como una creencia basada en la razón, que rechaza todo dogma y observa la religión natural.
A grandes rasgos podemos dividir el sendero de la espiritualidad exotérica en tres grandes fases; antes de la Modernidad la teología nace de la vida espiritual mientras que en la Modernidad la espiritualidad se separa de la teología y se vuelve hacia lo interior. En la era actual, la posmodernidad, la espiritualidad se encuentra en un momento difícil de encontrarse y volverse a reunir tanto con la teología como con el ser interior.
En los tiempos
actuales, la espiritualidad teísta se agrupa en tres áreas que sintetizan la
trascendencia exotérica del ser, cada área autoexcluyéndose en sí misma buscando
una ortodoxia que se aleja de la esencia original. Por un lado tenemos a los
fundamentalistas, un fenómeno que suele darse en sistemas rígidos de creencias
religiosas que se sustentan en textos revelados, definiciones dogmáticas así
como magisterios infalibles. El fundamentalismo apela al texto sagrado dado el
peligro de la racionalización de la fe y propone un tipo de interpretación directa
e inmediata de la fe, considerándola como única y exclusiva revelación de la palabra
de Dios que tiene la solución para cualquier problema sin necesidad de
intermediaciones, cuestionamientos o razonamiento alguno.
Los integristas, por su parte, contemplan la aceptación de la tradición
de la iglesia tal cual se entiende en un momento determinado, con el fin de
defender a esa misma iglesia de lo que se consideran doctrinas nuevas,
generalmente calificadas de racionalistas, que puedan apartarla de su verdadero
origen e identidad tradicional.
En el Tradicionalismo aparece la Teología, la Iglesia y la Liturgia
expresándose en las acciones diarias de los hombres. Todos los actos encuentran
santificación desde el nacimiento a la muerte. Una nueva generación marca el
cambio de una época iniciando la expansión del tradicionalismo en un mundo más
organizado. Esa expansión se inicia con gran energía, se consolida con vigor y
luego empieza a detenerse, a fijar límites, a necesitar de justificaciones y de
argumentos para conservarse como situación de derecho. La vía tradicionalista se
mueve con el desgaste histórico de toda la sociedad que marcha hacia la
declinación. Luego ese estadio se expande y, finalmente, el conjunto de
creencias que dio su origen al Tradicionalismo, entra en disolución. Pero eso es
normal por la ley de correspondencia, sabemos que además la política, el arte,
la economía, la filosofía, entre muchas otras disciplinas se comportan del
mismo modo. Y no podría ser de otra manera. En el interior de un sistema, el
movimiento de las funciones es relativo al movimiento total.
El Grado de Soberano Príncipe Rosacruz
(Grado XVIII) en su naturaleza, tiene una alta condición en la búsqueda de
la espiritualidad y la trascendencia en el ser humano; resaltando esa
espiritualidad entre todos sus miembros y en la propia que se emana de los
rituales. Hoy día en muchas universidades y centros de renombre se busca el
componente espiritual en el ser humano. Los masones somos muy heterogéneos, en
donde cada hermano hace su aportación a ese camino espiritual. Nuestros rituales
exaltan e irradian; la espiritualidad colectiva en mayor medida que la
individual, mediante la práctica del amor fraterno entre la espiritualidad de
sus miembros. Un espíritu que no es una estructura, ni una función, sino un
sentir inmaterial con alguna forma de individualidad y dotado de la razón.
Aquello que se relaciona con el espíritu o nuestro ser interior decimos que es
espiritual. El amor fraterno es el cimiento del espíritu y el cemento de la
espiritualidad.
Nuestra orden nos invita a ser hombres buenos y leales, gente de honor y
probidad, cualesquiera que sean nuestras confesiones religiosas o convicciones
que nos distingan, por encima de los desafíos profanos que en el camino de la
vida, nos presente la sociedad. En este sentido, las virtudes Cardinales
(Justicia, Templanza, Fortaleza, y Prudencia) y las virtudes Teologales (Fe,
Esperanza, Humildad y Caridad) pueden convertirse en parámetros para aquellos
hombres que deseen obrar correctamente y dentro del bien común en el largo
camino de la espiritualidad y la trascendencia del ser humano.
Nuestros valores y enseñanzas empiezan con la caridad. En este punto, es preciso aclarar: para
nosotros la Caridad no es la limosna, que consuela un día para hacer más
angustioso el día siguiente, tal como la entienden las religiones. El concepto
de la Caridad, está íntimamente ligado con el amor divino y fraterno más que
cualquier otra virtud o manifestación humana y su espíritu trasciende más allá
de cualquier cultura y religión, así como ninguna de ellas se puede atribuir la
exclusividad en la posesión de la misma. Para nuestra orden, la Caridad es un
acto de justicia y debe efectuarse como un deber de solidaridad. No debe
producir vanidad u orgullo al que la da, ni humillación al que recibe. La Caridad
Masónica tiene el sentido y el valor humano de hacer el bien, de socorrer moral
y materialmente al hombre, sin lastimar su dignidad, con mesura y discreción,
proporcionándole bienestar espiritual que le prodigue optimismo, alegría y
tranquilidad. Tal es el grado de nuestra caridad que enseña al ignorante para
que la justicia y el amor recíproco reinen en el universo. Es la virtud que
perfecciona al hombre, convirtiéndole en la verdadera imagen de un Ser Superior.
La virtud de la Fe aparece en nuestra Orden como un sentido por el cual
el hombre reconoce y refuerza su relación con el ser, reconociendo la
trascendencia del ser. Puede ser igualmente caracterizada como la revelación
del hombre en la trascendencia del ser. El sentido del hombre hacia la
trascendencia, y la revelación de la trascendencia al hombre, no son dos
procesos distintos, sino dos expresiones de la misma posibilidad fundamental,
que es el refuerzo del hombre en su relación con el ser. El hombre, como ente
finito, tiende a avanzar más allá de su finitud, y precisamente la
trascendencia es la negación de esa finitud. La fe es el reconocimiento de la
trascendencia como el ser verdadero del hombre.
Para nuestra Orden, la Fe es la certeza de lo que se espera. Es la confianza
en avanzar en el progreso y mejora de la humanidad. En ese sentido, la
Masonería tiene Fe en la ciencia que ha de traer la perfectibilidad y el
bienestar al género humano. Esta apreciación de la Fe es contraria a la fe religiosa,
la cual considera que la fe es simplemente creer en lo que no entendemos y no
vemos.
Para nosotros el concepto de Fe, guarda relación con la creencia en el
ser humano, en sus potencialidades, en su capacidad de hacer el bien, a través
de la palabra, de la exposición e internalización de nuestros valores y nuestra
capacidad de obrar y demostrar con su propio ejemplo la bondad de los
principios masónicos. La Fe que respaldada en la razón actuará de forma honesta
y decidida en resolver los problemas que se le presenten. La Fe con que
lograremos derrotar la ignorancia y el error que nos circunda, a través de la
fuerza de nuestras convicciones personales. La Fe en nuestras posibilidades, el
respeto a la naturaleza humana y la confianza en la honestidad de las
intenciones son las que nos llevaran a convertirnos en hombres perfectibles por
medio del trabajo constante y
responsable de la actividad masónica.
La Esperanza, por su parte, representa el triunfo definitivo de la
civilización sobre la barbarie como señala el Ritual. Es esa voz interior, la
que nos habla en los momentos de pesar o tristeza, la que nos detiene en los
momentos de ira y dolor, la que nos lleva de la mano todos los días de nuestra
vida, enseñándonos que siempre hay algo por que vivir. Es la herramienta que nos
brinda resistencia y perseverancia, es la que nos sostiene y empuja hacia el
final del camino que hemos iniciado, pues está claro que no se trata de un
trayecto corto y llevadero, pues por el contrario, el camino hacia la verdad es
muchas veces solitario, tenebroso y oscuro, necesitando siempre de la esperanza
para tener porque luchar y seguir adelante pese a los obstáculos. Es la
convicción de que a través de la influencia de los principios masónicos se
puede mejorar nuestra sociedad, de que puedan evitarse las injusticias, de
evitar las guerras y violaciones a los derechos humanos; en la caída de toda
tiranía temporal o espiritual; de evitar
la pobreza que afecta a un gran porcentaje de la población.
La Masonería debe convencer a los hombres de su pequeñez en el Universo,
y de su necesidad de unión para progresar y evolucionar. Todas estas VIRTUDES,
propias del ambiente Masónico, son las que de manera sincera debemos aprender y
desarrollar, para conservarlas y propagarlas, ante los ojos del Mundo Profano,
puesto que su sola observancia conquista las VOLUNTADES de los hombres de BIEN,
o de reconocida Ética y Moralidad, la que sin duda, será siempre reconocida
dentro del ambiente en que se vive; por lo tanto, ésta es, en síntesis, la
verdadera labor espiritual que el Caballero Rosacruz debe desarrollar en el
Grado XVIII, en cualquier ambiente, situación o circunstancia que se encuentre,
siempre que haya logrado COMPRENDER cuáles son sus DEBERES para Consigo mismo,
para con sus Semejantes y para con el Ser Supremo, logrando así una
transcendencia de su ser en la espiritualidad de su naturaleza.
El ser humano tiene en su naturaleza, la
conciencia, la posibilidad de crear su estado interior, de modificarlo y
desarrollarlo más ampliamente. Esta capacidad de trascendencia única le permite
ir más allá de los paradigmas de su cultura o sus limitaciones e historias
personales. Es la condición humana por excelencia, es la facultad que tiene el
ser humano de decidir sobre sus acciones, de elegir la calidad que tenga su
vida y de esforzarse en llegar a sus metas. Es cambiar de punto de vista,
buscar un sentido global a la realidad y a la vida, hasta llegar a que la vida
tenga sentido para él.
La trascendencia tiene que ver con el
enfrentamiento a esta realidad interior, elegir estar o no bajo la influencia
de las cosas de su pasado. Porque la acción es como un vector que sale desde
adentro de uno y que lleva con el la intensidad y las vibraciones que uno tiene
en su interior. No es tan importante el valor intrínseco de las cosas, sino lo
que realmente tiene una gran importancia espiritual es lo que resulta del
espíritu con que se ejecutan las acciones.
La trascendencia tiene que ver con el
entendimiento que tengo del centro de mi ser, y también de las superficialidades
de mi personalidad. La conciencia humana no logra ver lo que no tiene la fuerza
de ver. Y dar fuerza a mi ser es conocer la parte extremadamente valiosa de uno
mismo. Al conocer, experimentar y vivir desde este punto de vista, logro tener
la capacidad de poder percibir mis limitaciones que impiden mi trascendencia o
crecimiento. Y al ver mis cualidades intrínsecas, mis fuerzas, sé entonces como
solucionar mis debilidades y llegar a tener la fuerza de trascender.
El hombre es un animal de hábitos y costumbres.
La inercia de nuestros actos, pensamientos y emociones, nos sujetan como las
langostas que intentan salir del cubo en que se encuentran, más las que están
debajo la sujetan impidiéndoselo. El peor y más severo adversario que tiene el
hombre es él mismo, su conciencia y su mente marcan los límites de su realidad.
Avanzar implica ampliar o romper con viejos esquemas mentales y emociones, que
en última instancia, sólo se tiene a sí mismo para hacerlo. Por consiguiente,
la trascendencia supone romper con un ser finito espiritual para llegar a un
Ser trascendente infinito. Todo esto se realiza a través de las acciones
finitas trascendentes, para lograr así enriquecer la finitud del ser, logrando
así la posesión del Ser Trascendente en la unión y perfeccionamiento de su vida
hacia un Ser Superior en la plenitud de la espiritualidad humana.
Conclusión
La espiritualidad es la búsqueda, la inquietud,
el anhelo de sentido, el camino hacia lo desconocido, y en resumidas cuentas el
de la trascendencia del Ser. La espiritualidad del Grado XVIII se desarrolla en
el ámbito en que el ser humano se pregunta así mismo por lo eterno, por lo
infinito, pero no necesariamente irrumpe o está ligado a la religiosidad. La
religiosidad expresa la capacidad de religarse que tiene el ser humano, de
vincularse a un Ser que reconoce como distinto de sí mismo y con el que establece
una forma de comunicación, pero que no es el último fin de la espiritualidad.
La espiritualidad en el Grado XVIII permite
plantear los ideales de la vida y su sentido. Son los ideales, cuyos pequeños
eslabones permiten la construcción del sentido; lo que es lo mismo decir
nuestro “templo”. El camino de la espiritualidad significa plantearse,
apasionadamente, el sentido de la vida y estar abierto a respuestas que puedan
llenarnos de crecimiento interno. El sentido de lo infinito, el camino de la
trascendencia, interrogación permanentemente abierta por el Ser último no puede
medirse, ni iluminarse desde el discurso científico.
La trascendencia de Dios, y su espiritualidad, se
relacionan con su inefabilidad, restando la opción de creer en Él y de
adorarle, que es siempre una decisión individual y personal. Cuando decimos que
el ser humano es capaz de trascender, queremos decir que en él hay un dinamismo
inherente a su voluntad de superarse, de cruzar y trascender sus propios límites,
de ir más allá. El Dios trascendente es una entidad que no se identifica con
nada que exista en el mundo físico, es decir que está más allá de él (lo
manifestado o emanado), a pesar de estar misteriosamente presente en todas y en
cada una de las entidades del cosmos. Esta afirmación es un acto de fe, que
como toda afirmación tiene sus propias razones, pero no es una evidencia que se
desprenda del análisis del ser humano.
Por último, en el ser humano habita un yo
consciente de sí mismo y que es capaz de contemplar el mundo, un yo libre, que
en virtud de su libertad, puede configurar tanto su cuerpo como su alma. La espiritualidad
es la trascendencia del Ser hacia su centro, a partir del cual el hombre
realiza los actos con que objetiva el su mundo, su cuerpo y su psique. No puede
ser “parte” del mundo externo que vemos, ni puede estar ubicado en un lugar
específico, ni aparecer en un momento determinado. En ese centro sólo puede
residir el fundamento supremo y sublime del mismo Ser. La espiritualidad del
hombre es, por lo tanto, el Ser superior a sí mismo y al mundo físico que le
rodea y le acompaña, pero que está en el centro de su existencia y al alcance
de su mano para su descubrimiento y desarrollo.
Es cuanto puedo decir,
Carlos Limongi
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