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El Exorcismo - Mito y Realidad

El exorcismo es la invocación, formula especial u operación mágica para expulsar a las entidades demoníacas, las cuales toman posesión de personas o de lugares. El exorcismo procede del paganismo y se ha venido practicando también en la iglesia católica. Se llama exorcista aquel que ha recibido la tercera de las órdenes menores.

La Iglesia está llamada a seguir a Jesucristo y ha recibido el poder, de parte de Cristo, de continuar su misión en su nombre. Así la acción de Cristo para liberar al hombre del mal se ejercitará a través del servicio de la Iglesia y de sus ministros ordenados, delegados del Obispo para cumplir los sagrados ritos dirigidos a liberar a los hombres de la posesión del maligno. He aquí cómo en el Catecismo de la Iglesia Católica se explica qué es el exorcismo y cómo se ejerce:

"Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y substraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (Mc 1,25s), de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf. Mc 3,15; 6,7.13; 16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de una presencia del Maligno y no de una enfermedad (cf. Código de Derecho Canónico, can. 1172)". (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673).

¿Qué hay de cierto en este reclamo?

Primero y principal, es preciso abordar el tema de la existencia del diablo, de Satanás, de lucifer, del Shaitan, o de Iblis, varios nombres que se utilizan con el fin de identificar al diablo, en el cristianismo y en el Islam. El término nos hace referencia en hebreo, a “Satanás”, que significa “adversario, resistidor, acusador”.

En mi opinión, más que de un personaje espiritual trascendente en el tiempo y espacio, y que se materializa en un simple cuerpo humano, como lo consideran las religiones monoteístas, en sus respectivas ortodoxias, se trata de una actitud de rebeldía por parte del ser humano hacia Dios, en virtud del ejercicio del libre albedrío, en función de atender al "Satanás", o “al instinto del mal” más que al "Yaveh", o “al instinto del bien”.

Esta actitud de rebeldía en contra de la voluntad divina, hace que el ser humano coseche de Dios una especie de maldición, en vez de la bendición "divina"; porque al existir oposición, existe conflicto e incompatibilidad entre la voluntad de Dios y la voluntad del ser humano, ambas reflejadas en un mismo escenario, el mundo.

¿Quién es la autoridad final: Dios o el ser humano?

“Satanás” el diablo, como el ángel caído, se emana de una concepción dualista, la cual, se tiende a considerar filosóficamente al universo relativo al tiempo-espacio, como compuesto de dos esencias, opuestas entre sí. El Zoroastrismo persa es el exponente mayor de ello; (Ahriman/Angra Mainyu, como el diablo y Ahura-Mazda, como Dios). Sin embargo, el dualismo cuando se contempla en su real perspectiva, es decir, trascendiéndolo, sirve a un propósito unitario espiritual. Esto lo vemos reflejado en el Hinduismo cuando la divinidad de Brahma, como creador, trasciende a la de Vishnu, como constructor y a la de Shiva, como destructor. Por ejemplo, el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el día y la noche, el masculino y el femenino, el positivo y el negativo, etc., sirven a una misma y única finalidad espiritual.

La concepción de un ángel con poderes casi similares a los de Dios, de maligna influencia, el cual intenta interferir para separar al humano de Dios, es ajena a la Torá y se desarrolló a merced de sincretismos incorporados desde Oriente (Babilonia & Persia). Forma parte del dualismo el cual contempla como figura mayor a un Dios de bien y a Satanás como el exponente mayor del mal. Es preciso entender que el mal, en términos reales no es existe, es en realidad la consecuencia del vacío que se produce cuando no se incorpora el bien de Dios y su benevolencia.

Al humano le fue brindada la oportunidad de conectar con el orden de Dios y cuando él (el ser humano) se rebela, el vacío que ello deja, produce el caos de lo que comúnmente llamamos el mal. El mal, en sí, es el caos que proyecta el ser humano cuando no incorpora a Dios como pilar central en su vida y toma como punto de referencia a su ego. Lo mismo sucede con el odio, el cual no es más que el vacío que produce la ausencia del amor, ya que en un corazón amoroso, el odio no lo penetra.

Finalmente, se puede afirmar que al ser humano le viene bien eso de echarle la culpa a otro, como sucedió en el jardín del edén, cuando Dios les preguntó a Adán y a Eva, por qué habían probado del árbol de la sabiduría del bien y del mal. Ambos pretendieron echar la culpa a terceros, en vez de aceptar responsabilidad por sus acciones. Satanás, en el libro de Job, en mi opinión, representa al factor divino acusador del humano incumplidor, no a un ente espiritual en oposición a Dios. Si quitamos la figura de Satanás, hacemos desaparecer todo el concepto de la existencia del mal y por supuesto de los diablillos.

Conclusión

Desde un punto de vista de libertad absoluta, si existieran los espíritus malignos, el humano no podría ejercer el libre albedrío, ya que no sería dueño de su voluntad. Es preciso entender que la responsabilidad es 100% del humano y lo que su mente piensa y decide es la principal y única responsable. Aquellos que pretenden que los espíritus malignos existen y que entran en el cuerpo humano invadiéndolo, creen que el mal existe, no como consecuencia del vacío o ausencia del bien, sino como entidad en sí.

Desde un punto de vista espiritual, el espíritu se debate en la dimensión de Dios, es decir, fuera del tiempo y del espacio. Al ser esto así, el espíritu no puede ni entrar, ni salir. El espíritu es la consciencia de la existencia, sin lugar ni tiempo. El exorcismo es la consecuencia de una creencia que priva al ser humano del libre albedrío y que lo circunscribe dentro de la lucha espiritual entre Dios y el diablo, exonerándolo de su responsabilidad, en virtud de haber sido hecho a imagen y semejanza del Creador.

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