La misma noche en que Moisés rescató el misterio del cuerpo de José, se construyó la caja en forma de sarcófago, de oro, en la cual se guardó el misterio a la salida de Egipto. Debía ser tan grande que pudiera caber un hombre dentro; debía ser como una iglesia para ellos y un cuerpo. Fue en la misma noche que debían teñir con sangre las puertas. Al ver la rapidez con que trabajaban en esta caja, pensé en la santa cruz, que también fue apresuradamente hecha la noche antes que muriera Cristo en ella. El arca era de chapas de oro y tenía la figura de un sarcófago de momias egipcias. Era más ancha arriba que abajo; arriba tenía la figura de un rostro con rayos de luz y a los costados los espacios de los brazos y de las costillas. En medio del arca se puso una cajita de oro que contenía el sacramento o misterio que Sémola había sacado del sepulcro de José. En la parte inferior se pusieron vasos sagrados y las copas de los patriarcas, que Abraham había recibido de Melquisedec, y heredado con la bendición de la primogenitura. Tal era el contenido y la forma de la primera Arca de la Alianza, que estaba cubierta con un paño colorado y encima otro blanco. Recién en el monte Sinaí se construyó el arca de madera, forrada de oro por fuera, en la cual se encerró el sarcófago de oro con el sacramento o misterio. Este sarcófago no alcanzaba más que a la media altura del arca y no era tampoco tan largo como ella; había aún lugar para dos pequeños recipientes, en los cuales había reliquias de la familia de Jacob y de José, y donde más tarde entró la vara de Aarón. Cuando esta Arca de la Alianza se colocó en el templo de Sión, sufrió cambios en su interior: se sacó el sarcófago y se puso en su lugar una figura pequeña del mismo, hecho con una materia blanca.
Desde niña había visto muchas veces el Arca y todo lo que ella contenía por dentro y por fuera, como las cosas que se iban añadiendo. Solían poner adentro todas las cosas sagradas que conseguían. Con todo, no era pesada, pues se podía llevar con facilidad. El arca era más larga que ancha; el alto era igual que el ancho. Tenía abajo una moldura sobresaliente como pie. La parte superior tenía un adorno de oro muy artístico de medio codo de largo; aparecían allí pintadas flores, volutas, caras, soles y estrellas. Todo estaba muy bien trabajado, y no sobresalía mucho sobre el borde superior del arca. Debajo, al final de los costados, había dos anillos donde se ponían los palos de las andas. Las demás partes del Arca estaban adornadas con toda clase de figuras de madera de color, maderas de Sitim y oro. En medio del Arca había una puertecita pequeña, que no se notaba casi, para que el sumo Sacerdote pudiese sacar y volver a poner el sacramento o misterio cuando estaba solo, para bendecir o profetizar. Esta puerta se abría en dos hacia el interior y era de tal modo que podía el sacerdote meter su mano. La parte por donde corrían los palos de las andas estaban algo elevadas, para que dejaran descubierta la puerta. Cuando se abrían ambas hojas hacia adentro, se abría al mismo tiempo el dorado recipiente, rodeado de cortinas, como un libro, mostrando el sacramento o misterio que allí estaba. Sobre la cubierta del Arca se levantaba el trono de la gracia.
Era una plancha cubierta de oro que contenía huesos sagrados, grande como la misma tapa, sobresaliendo sólo un poco de ella. De cada lado estaba sujeta con cuatro clavos de madera de Sitim, que entraban en el Arca, y de tal manera, que se podía, a través de ellos, ver el interior. Los clavos tenían cabezas como frutas; los cuatro tornillos exteriores sujetaban los cuatro lados del Arca; los cuatro interiores se perdían adentro. A cada lado del trono de la gracia estaba sujeto un querubín del tamaño de un niño. Ambos eran de oro. En medio de este trono de gracia había una abertura redonda, como una corona, y del centro subía una pértiga que terminaba en una flor de siete puntas. En esta pértiga descansaban la mano derecha de un querubín y la izquierda de otro, mientras tenían extendidas las otras dos manos. Las alas derecha del uno e izquierda del otro se unían elevadas y las dos alas restantes caían sobre el trono de gracia. Las manos extendidas de los querubines estaban en posición de advertir y avisar. Los querubines estaban sobre el trono de gracia apoyados con una rodilla; las otras, sobresalían del Arca. Sus rostros y miradas estaban vueltos hacia fuera del santuario, como si temieran mirarlo. Llevaban un vestido solo, de medio cuerpo.
En los largos caminos se solía sacarlos de sobre el Arca y llevarlos aparte. He visto que arriba, donde terminaba la pértiga en siete puntas, quemaban los sacerdotes en el fuego una materia oscura, como un incienso sagrado, que sacaban de una caja. He visto también que a menudo salían rayos de luz del interior hacia el exterior de la pértiga y otras veces bajaban del cielo rayos de luz que estaban adentro. Otras veces, luces a los lados, indicaban el camino que debía recorrerse en las peregrinaciones. Esta pértiga entraba en el interior del Arca y tenía unos sostenes, de donde estaban suspendidos el vaso de oro del sacramento o misterio y sobre él, las dos tablas de la Ley. Delante del sacramento colgaba un vaso del maná. Cuando yo miraba el interior del Arca de un lado, no podía ver el sacramento. Yo siempre reconocía y tenía al Arca como una iglesia, al misterio como un altar con el sacramento y el vaso con el maná me parecía la lámpara delante del Santísimo. Cuando iba a la iglesia siendo niña, yo me explicaba las cosas que veía allí en relación con lo que había observado en el Arca de la Alianza. El misterio de ella me pareció el Santísimo Sacramento del Altar.
Sólo que no me parecía aquello tan lleno de gracia, sino mas bien mezclado de temor y reverencia. Me producía una impresión más de temor y de miedo, que de amor y de gracia; pero me pareció siempre muy santo y misterioso. Me pareció que estaba en el Arca todo lo que es santo; que nuestras cosas santas estaban en él como un germen, como en una existencia futura, y que el sacramento del Arca era lo más misterioso de todo. Me parecía que era el Arca el fundamento del sacramento del altar, y éste, el cumplimiento y la realidad. No lo puedo decir mejor. Este misterio les estaba oculto a los hebreos, como a nosotros el Sacramento del altar. Yo sentí que sólo pocos sacerdotes sabían lo que era y que pocos, por iluminación del cielo, sabiéndolo, lo usaban. Muchos lo ignoraban y no lo usaban: les pasaba como a nosotros, que ignoramos muchas gracias y maravillas de la Iglesia, y cómo hasta nuestra eterna salvación se comprometería si estuviera sólo fundada sobre la fuerza y el entendimiento humanos. Pero nuestra fe está fundada sobre una roca.
La ceguera de los judíos se me presenta siempre digna de ser llorada y lamentada. Tenían todo en germen, y no quisieron reconocer el fruto de ese mismo germen. Primero tuvieron el misterio: era como el testimonio, la promesa; luego vino la ley, y, por último, la gracia. Cuando hablaba el Señor en Fichar, le preguntaron las gentes adonde había ido a parar el misterio o sacramento del Arca de la Alianza. Les contestó que de él ya mucho habían recibido los hombres, y que ahora se había pasado a ellos; del mismo hecho que ya no existía podían reconocer que el Mesías había llegado.
Joaquín recibe el misterio
Yo veo este sacramento o misterio como una capacidad, un ser, una fuerza. Era pan y vino, carne y sangre: era el germen de la bendición y descendencia, antes del pecado; era la existencia sacramental de la descendencia, antes del pecado, que se fue guardando para los hombres en la religión y que debía hacer cada vez más pura, por la virtud, esta descendencia, hasta llegar a María, en la que debía completarse, para darnos, por obra del Espíritu Santo, el tan esperado Mesías nacido de esta pura Virgen.
Noé plantó la viña y esto fue ya una preparación: aquí había ya algo de reconciliación y de protección. Abraham recibió este misterio en la bendición, y he visto que trasmitió este sacramento como una cosa real, como algo substancial. Quedó como un secreto de familia. Por esto se explican las grandes prerrogativas que traía el derecho de la primogenitura. Antes de la salida de Egipto, recibió Moisés este misterio y como antes había sido un secreto de familia y de religión, así pasó a ser misterio de todo el pueblo. Entró en el Arca de la Alianza como el Santo Sacramento del Altar en el tabernáculo, como en la custodia.
Cuando los hijos de Israel adoraron el becerro de oro y cayeron en grande aberración, Moisés mismo dudó del poder del sacramento, y por eso fue castigado con no poder entrar en la tierra prometida. Cuando el Arca de la Alianza caía en manos de los enemigos o en cualquier otro peligro, era sacado el sacramento por el sacerdote y con todo era tan santa el Arca que los enemigos se veían obligados a devolverla por los castigos que recibían. Sólo pocos conocían la existencia de este misterio en el Arca y su fuerza de expansión benéfica. A menudo sucedía que un hombre manchaba por el pecado y la impureza la línea sagrada de la descendencia hasta el Mesías, y así la unión del Salvador con el hombre era retardada; pero los hombres podían por la penitencia renovar y purificar este sagrado misterio. No puedo decir con precisión si por el contenido de este sacramento se efectuaba, por una especie de consagración, un fundamento divino o una plenitud sobrenatural en los sacerdotes, o si venía todo enteramente de Dios inmediatamente. Creo lo primero; porque he visto que algunos sacerdotes lo despreciaron e impidieron la venida de la salud y fueron por ello castigados hasta con la muerte.
Cuando el sacramento obraba y la oración era oída, resplandecía el misterio, crecía y brillaba con luz rojiza a través de su envoltura. Esta bendición del misterio aumentaba o disminuía según los tiempos y la piedad y la pureza de los hombres. Mediante la oración, el sacrificio y la penitencia, parecía que crecía y aumentaba en fuerza. Delante del pueblo lo he visto usar solamente por Moisés, cuando la adoración del becerro de oro y en el paso del Mar Rojo, aunque lo tuvo velado, cubierto a las miradas de los hombres. Fue sacado por él del vaso sagrado y cubierto, como se saca en Viernes Santo el Santísimo Sacramento y es llevado delante del pecho para bendecir o conjurar, como si obrase a la distancia. De este modo Moisés libró a muchos de la idolatría y la muerte. He visto que el Sumo Sacerdote, cuando estaba solo en el santuario, lo usaba, moviéndolo de un lado a otro, como una fuerza, una protección o una bendición, una elevación para bendecir o para castigar. No lo tomaba con las manos, sino con un velo. Para fines santos he visto usarlo sumergiéndolo en el agua, que quedaba bendita y se daba a beber. La profetisa Débora, como luego Ana, la madre de Samuel, en Silo, como también más tarde Emerencia, madre de Santa Ana, bebieron de esta agua sagrada.
Por la bebida de esta agua sagrada fue preparada Emerencia para engendrar santamente a Ana. Santa Ana no bebió de esta agua, porque la bendición estaba en ella.
Joaquín recibió, por ministerio de un ángel, el sacramento del Arca de la Alianza. De este modo fue concebida María, bajo la puerta dorada del templo, y con su nacimiento pasó a ser ella misma el Arca del misterio. El objeto de este sacramento estuvo cumplido. El Arca de madera del templo quedaba ya sin sacramento y sin misterio. Cuando Joaquín y Ana se encontraron bajo la puerta de oro del templo, se llenaron de luz y la inmaculada Virgen fue concebida sin pecado original. Había en torno de ella un sonido maravilloso, como una voz de Dios. Este misterio de la Inmaculada Concepción de María, en Santa Ana, no pueden los hombres comprenderlo y permanece escondido a su entendimiento. La línea de generación de Jesús había recibido el germen de la bendición de la Encarnación del Verbo. Jesucristo instituyó el Sacramento de la Nueva Alianza como el fruto, como el cumplimiento de ella, para unir de nuevo a los hombres con Dios.
Al fin del mundo se descubrirá y se aclarará este misterio
Cuando Jeremías, durante la cautividad de Babilonia, hizo ocultar el Arca de la Alianza con otros objetos sagrados, en el monte Sinaí, el misterio ya no estaba adentro. Sólo la envoltura de él quedó escondida con el Arca de la Alianza. Él conocía la santidad del contenido y quiso a menudo hablar de ello a los hombres, como también de la perversidad del pueblo, que lo deshonraba; pero el profeta Malaquías lo detuvo en su intento y sacó el misterio de allí. Por medio de este profeta, llegó a los esenios más tarde, y por un sacerdote fue de nuevo al Arca hecha posteriormente. Malaquías fue como Melquisedec, un enviado de Dios: no lo he visto nunca como un hombre común y ordinario. Aparecía como hombre, a semejanza de Melquisedec, aunque algo diferentemente de él, como lo exigían los tiempos. Poco después de haber sido llevado Daniel a Babilonia, he visto a Malaquías como un niño de siete años, perdido, con una vestidura verde y bastoncito en sus manos, que se dirigía, al parecer, a Sarepta, a la tribu de Zabulón, a casa de una piadosa familia. Estos lo recibieron como a uno de los perdidos hijos israelitas de la cautividad, y lo tuvieron consigo. Era sumamente bondadoso, paciente al extremo y mando, de modo que todos lo amaban y así podía él enseñar y aconsejar sin contradicción. Tuvo mucha relación con Jeremías y le ayudó en las grandes necesidades con sus consejos. Por él fue librado Jeremías de la cárcel en Jerusalén. El Arca de la Alianza escondida por Jeremías en el monte Sinaí, no fue jamás encontrada. El Arca que se hizo después, no fue tan hermosa ni contenía lo que había en la anterior. La vara de Aarón pasó a manos de los esenios, en el monte Orbe, donde también se escondió parte de las cosas sagradas. La tribu que Moisés había destinado a la custodia del Arca subsistió hasta los tiempos de Herodes.
En el último día aparecerá todo lo escondido y se aclarará el misterio, para terror de todos aquellos que lo han profanado y desconocido.
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