Vistos desde el Modelo Interacciones
Primordiales
Este artículo
está dedicado al malo de la película, a ese aspecto nuestro que desde hace
siglos viene siendo considerado el culpable de todos nuestros males: el ego.
Para comenzar a comprenderlo es preciso diferenciar dos concepciones muy
distintas, cuya confusión lleva a mucho sufrimiento innecesario en la práctica
psicológica y espiritual: los conceptos de ego en las tradiciones espirituales
y en la psicología académica.
Cuando la psicología se refiere al ego lo hace en términos de algo
esencial para la existencia; mientras las tradiciones espirituales lo consideran
un mal que hay que erradicar. ¿A qué se debe esta aparente contradicción que
tantas confusiones ha traído aparejadas? A que se refieren a fenómenos absolutamente distintos que deben ser
discriminados.
La psicología concibe al ego como una función psíquica cuyo desarrollo es
indispensable para el sostenimiento de la vida humana. Constituye la síntesis de las capacidades de percepción,
atención, concentración, capacidad de integrar el pasado y planear el futuro,
conciencia de sí, etc. Quien no posee estas capacidades integradas en la forma
de un ego, lejos de ser un ser espiritual es un enfermo mental grave.
Curiosamente, esta descripción del ego tal como la presentó Freud, es
similar a la que 2400 años antes realizó Sidharta Gautama, el Buda, quien lo describió
como un mero conjunto de agregados que adoptan el ilusorio aspecto de un “algo”
de existencia substancial.
El ego que procuran desarticular las tradiciones espirituales no es una
función psicológica, puesto que ninguna auténtica tradición espiritual busca producir enfermos mentales.
Cuando por ejemplo el Budismo plantea la necesidad de trascender al ego, está
refiriéndose a la necesidad de
trascender la identificación del Ser con el ego, que es la que crea la
ilusión de que estas funciones constituyen un algo, una sustancia interior que
hay que defender, adornar y en lo posible perpetuar. Esta ilusión de un ego substancial cuya defensa
tantos desvelos nos produce, es la
fuente de disfunciones tales como la egolatría, el egoísmo, el egocentrismo, el
narcisismo, etc. A esta disfunción, a la percepción ilusoria del ego como algo
real que hay que defender, la denominaremos egotismo.
Es decir que el problema no es el ego sino las enfermedades del ego. No
distinguir esto equivale a despreciar al hígado por confundirlo con la
cirrosis.
¿Cómo
se produce esta disfunción?
La
identificación del Ser y el ego.
El Modelo Interacciones Primordiales concibe al ego y al cuerpo como la materialización de lo que podríamos denominar el campo morfogenético tradicionalmente llamado Ser. El Ser es la expresión inmediata de lo que he denominado el Flujo Primordial, es decir la energía viviente y orgánica que recorre el universo en todos sus rincones, insuflando vitalidad y dando forma a todo lo que existe. El ego y el cuerpo son a su vez la materialización del Ser, su expresión en la existencia, su forma de ser-en-el-mundo.
En tanto
manifestación de la conciencia-energía universal (Flujo Primordial) la persona humana está
dotada de un punto central de consciencia, y desde este centro puede observarse a sí misma y a todos sus
aspectos y funciones.
Este punto
central de consciencia no debe ser confundido con la conciencia psicológica
en tanto darse cuenta del mundo (material o interno). La conciencia psicológica es el
resultado de la evolución de procesos psico-biológicos de un altísimo nivel de
especialización. Sin embargo, la
conciencia que atribuimos a este punto central de la persona humana precede a
la conciencia psicofísica y al cuerpo. Es una conciencia primordial, propia del
ser.
La
experiencia humana está caracterizada por la identificación. En cada etapa evolutiva
el ser se identifica con aquello que percibe. Un bebé recién nacido no tiene un
mundo, es el mundo. Cuando comienza a explorar su propio cuerpo, no
tiene un cuerpo, es su cuerpo. Al explorar sus emociones y luego sus
afectos, él no tiene emociones y afectos sino que es ellos. Y por
último, al ingresar en las etapas más mentales de su desarrollo, considera que
él es su mente.
En este
mismo devenir llega un momento en el desarrollo interior en el cual la persona
humana puede comenzar a verse a sí misma cada vez con más profundidad, hasta
llegar a la comprensión de que ella no es su mente ni su ego, sino que éstos
son funciones adaptativas que han ido desarrollándose alrededor del Ser
original en su contacto con el mundo.
Que la
persona no sea su cuerpo ni su mente, no significa volver a un dualismo desde el cual los
consideremos como algo ajeno a ella. La paradoja de este planteo consiste en
que a medida que el ser humano evoluciona, lo hace también su registro interno
de identidad. En el proceso evolutivo, aquello que uno cree que es, va mudando
en cada etapa. Uno niño recién nacido está totalmente centrado en su cuerpo y
su ambiente; luego se centrará en sus procesos emotivos; posteriormente en sus
afectos; seguidamente en sus capacidades intelectuales y en cada etapa creerá
que él
es eso que se ha convertido en figura en su proceso de desarrollo,
cuando en realidad él es todo eso y mucho más. Y a medida en que profundice en
su autodescubrimiento, su registro de identidad dejará de girar alrededor de su
cuerpo, sus emociones, sus afectos o sus capacidades intelectuales y comenzará
a centrarse en la pura conciencia, en su testigo interior, desde donde todo lo
demás es observado con ecuanimidad y desapego.
Esto no
significa que consideremos al cuerpo, las emociones y los afectos como algo
ajeno a nosotros y mucho menos aún, como muchas corrientes seuodespirituales lo
plantean, como algo “malo”, inferior o negativo que debe ser dejado de lado
para evolucionar. Todo lo contrario. Desde nuestro modelo la evolución sólo se
produce mediante la integración. El rechazo de la corporalidad, la emotividad y
la afectividad no produce iluminación sino esquizofrénicos. Una persona que ha
accedido a la percepción desde el testigo transpersonal no deja en absoluto de ser
una persona corporizada, emotiva, afectuosa ni mucho menos inteligente,
simplemente ocurre que ha dejado de identificarse
con estas capacidades, y precisamente por esta razón, puede vivirlas con más
intensidad aún que la mayoría de los seres humanos.
El centro de
consciencia que puede atestiguar su cuerpo, su mente y hasta su propio ego, es
el Ser.
El ego surge del Ser y lo protege en su encuentro con
el mundo dual, ayudándolo a adaptarse a las circunstancias de la existencia,
tal como lo hace su cuerpo. El ego es algo así como la cáscara del Ser que se
va formando en su contacto con el mundo. Lo que ocurre es que la sofisticación
de la función llamada ego, lleva al Ser, en la absoluta mayoría de los casos, a
caer en el fatal error de confundirse con él y a desarrollar la disfunción que
hemos denominado egotismo. El egotismo es la confusión del Ser, en tanto
manifestación del Flujo Primordial eterno e infinito, con el ego, en tanto
función psicofísica limitada y circunstancial.
No
estoy describiendo al ego ni al cuerpo como "vehículos del ser".
Considero que esta metáfora dualista es más lo que confunde que lo que aclara.
No se trata de que el Ser se mete dentro
de un cuerpo y de un ego, sino que todos estos son manifestaciones del mismo
Ser. Diríamos entonces que el Ser no entra en un cuerpo y una mente, sino que
"se corporiza y se mentaliza" para realizar su ser-en-el-mundo.
Por lo tanto el cuerpo y la mente no son inferiores, no son una “caída del Ser”,
sino las formas mediante las que éste se adapta a las circunstancias cambiantes
de la existencia. Son funciones adaptativas que desarrolla en su experiencia en
el mundo. El tema es, como adelantábamos, que estas funciones pueden alcanzar
tan alto grado de sofisticación que el Ser termina identificándose con ellas.
De este modo, el Ser, que es el mismo Flujo Primordial eterno y magnificente,
puede terminar identificándose con estas funciones que, aunque muy
sofisticadas, no dejan de ser limitadas y circunstanciales.
El estudio
del ego desde esta perspectiva, es entonces el estudio de esta formación, de
esta cáscara necesaria del Ser en su tránsito por el mundo y de sus
posibilidades de instrumentarla saludablemente o, en su defecto, de terminar
identificándose con ella y perdiendo así el contacto con su esencia universal.
Sin embargo,
la idea de una cáscara no debe confundirnos en el sentido de imaginar que se
trata de algo que el Ser puede muy simplemente ponerse y sacarse. Las
dificultades y los desafíos en el camino espiritual se presentan precisamente
por el hecho de que esta cáscara está construida a partir de las
identificaciones del Ser. Es decir que, hasta cierto punto, esta cáscara es el
Ser materializado e identificado con su propia materialización. Por este
motivo, la desidentificación y el crecimiento producen dolor. Por ello, cuanto más
claramente se percibe esto, mayor es la posibilidad de transitar un camino de
sanación personal y despertar espiritual profundos y menos dificultosos.
Interacciones
Primordiales, es un modelo de crecimiento creado desde esta perspectiva, integra
lo espiritual y lo psicológico, la emoción y el intelecto, la danza y la
meditación, la pasión y la ecuanimidad, el amor y la sabiduría. Y de esta
integración dependen nada menos que la capacidad de amar, la libertad y la
felicidad humanas.
En futuros
artículos iremos explorando la necesidad de abordar la comprensión del ego, sus
potencialidades y patologías, desde la psicología; y la importancia de trabajar
en el reconocimiento del Ser desde una práctica espiritual. Cuando uno de estos
caminos reniega del otro, la integración se hace imposible y el resultado es la
disociación y la enfermedad, física, mental y/o espiritual.
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