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La Democracia

Definir la democracia es probablemente uno de los términos ambíguos y difusos al que podemos llegar. Sin embargo, es importante porque establece qué esperamos de la democracia. Si definimos la democracia de manera "irreal", no encontraremos nunca "realidades democráticas". Y, en algunas ocasiones, cuando decimos "esto es democracia" o "esto no lo es", queda claro que el juicio y concepto de la misma depende de la definición o de nuestra idea sobre qué es la democracia, qué puede ser o qué debe ser.

Si definir la democracia es explicar qué significa el vocablo, el problema está resuelto; basta con saber un poco de griego. La palabra significa, literalmente, poder (kratos) del pueblo (demos). Pero habremos resuelto sólo un problema de etimología: únicamente se ha explicado el nombre. Y el problema de definir la democracia es un poco más complejo. El término democracia está para algo. ¿Para qué? El que la palabra "democracia" tenga un preciso significado literal o etimológico, no ayuda para nada a entender a qué realidad corresponde ni cómo están construidas y funcionan las democracias posibles. No nos ayuda porque entre la palabra y su referencia, entre el nombre y el objeto, el espacio es inmensamente largo.

El significado literal del término corresponde poco y bastante alejado de su realidad, ¿Cómo remediar esto? A primera vista puede parecer que la solución es fácil. Si es verdad que la dicción nos desvía, ¿Por qué denominar las cosas con etiquetas que no corresponden? Se ha constatado que las democracias son de hecho "poliarquías" que quiere decir "gobierno de muchos". Admitida la afirmación como exacta, ¿por qué no llamarlas así? La respuesta es que aún cuando el término "democracia" no nos sirve para fines descriptivos, es necesario para efectos normativos. Un sistema democrático está ubicado por una deontología democrática, y ello porque la democracia es y no puede ser desligada de aquello que la democracia debería ser. Una experiencia democrática se desarrolla a horcajadas sobre el desnivel entre el deber ser y el ser, a lo largo de la trayectoria señalada por las aspiraciones de los ideales, que siempre van más allá de las condiciones reales.

De este hecho se deriva el problema de definir la democracia de forma objetiva y real, porque, si por un lado la democracia requiere de una definición prescriptiva, por el otro no se puede ignorar la definición descriptiva. Sin la verificación, la prescripción es "irreal"; pero sin el ideal, una democracia "no es tal".

Detengamos nuestra atención sobre este punto: la democracia tiene, en primer lugar, una definición normativa; pero de ello no se concluye que el deber ser de la democracia sea la democracia y que el ideal democrático defina la realidad democrática. Es un grave error cambiar una prescripción por una verificación; y cuanto más frecuente es el error, tanto más las democracias quedan expuestas a malentendidos y trampas.

Tomemos la trampa principal: la tesis difundida y creída durante más de medio siglo de que las democracias eran dos, una occidental y otra comunista. ¿Cómo se ha demostrado la tesis de las "dos democracias"? Precisamente haciendo una comparación engañosa entre el ser y el deber ser. La demostración seria exige dos formas de confrontación: la primera dirigida a los ideales y otra a los hechos. En cambio, la falsa demostración unifica y entrecruza las confrontaciones de la siguiente manera: comparando los ideales (no realiza dos) del comunismo, con los hechos (y los errores) de las democracias liberales. De este modo se gana siempre, pero sólo en el papel. La democracia alternativa del Este -aun cuando fuese llamada democracia popular- era un ideal sin realidad.

Como podemos observar, la distinción entre democracia en sentido prescriptivo y democracia en sentido descriptivo es verdaderamente fundamental. Aunque es cierto que, por un lado, complica el planteamiento, pero, por el otro, lo limpia y lo pone en orden.

Definir la democracia -por lo que estamos viendo- no es nada simple ni fácil. "Democracia" es una palabra que se usa en largos discursos. Al desarrollar los planteamientos, debemos cuidarnos de toda clase de trampas. La insidia de fondo -y siempre recurrente- es el simplismo y por ello (en frase de Lenin) "la enfermedad mortal del infantilismo". Es cierto que se debe hacer fácil, en lo posible, la idea de democracia, ya que las comunidades y sociedades democráticas exigen, más que cualquier otras, que sus propios principios y mecanismos sean generalmente entendidos. Pero de mucha simplificación también se puede morir. El único modo de resolver los problemas es conociéndolos, sabiendo que existen. El simplismo los cancela y, así, los agrava.

El simplismo democrático no es necesariamente simple; basta decir también que las "grandes simplificaciones" se prestan para hacerse elaboradas y complicadas, se hacen sutiles y se desarrollan en cientos de páginas. De una elemental "idea fija" somos capaces de levantar un gran argumento complicado, el simplismo honesto, declarado, no debe inquietarnos más de lo que debe; sin embargo, el "simplismo-argumentativo" nos debe inquietar mucho por su falta de profundidad.

El concepto de democracia, por sí solo, está lleno de muchas ilusiones y muchos engaños. El primer engaño es el terminológico: discutir sobre la palabra ignorando la realidad. Ese simplismo que trataremos primero bajo la expresión "democracia etimológica" o literal. El segundo simplismo es el "realístico" o, mejor dicho, del realismo malo: declarar que lo que cuenta es lo real y para nada lo ideal. El tercer simplismo es, por el contrario, el "perfeccionista": el ideal a toda marcha y en dosis siempre en aumento. Después de tales engaños, el camino a seguir será el convertir lo ideal en real: cuál es la relación correcta entre deber ser y ser. Todos más o menos lo sabemos (es lo fácil) cómo y cuál debería de ser la democracia ideal; mas muy poco se sabe (es lo difícil) acerca de las condiciones de la democracia posible.

carloslimongi@yahoo.com

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