Necesitamos una gran energía para
producir un cambio radical en nosotros mismos y debemos saber cómo conservar e
incluso incrementar nuestra energía.
Gastamos nuestra energía en
conversaciones inútiles, formulando opiniones, hablando de cualquier cosa,
teniendo celos, envidias, odios, creencias acerca de todo y urgencias de
placer; y también consumimos mucha energía en numerosos conflictos con nosotros
mismos.
Todos los patrones culturales
aprendidos son un extraordinario derroche de energía, el control, las
resistencias y la fuerza de voluntad.
La voluntad es deseo, es una
afirmación del yo, que es independiente de lo que Es; porque en la acción hay
conflicto con el ideal, que es lo que debería ser según un patrón y no según lo
que Es.
Sin embargo, puede haber acción sin resistencia, sin voluntad, porque la voluntad pertenece a la antigua cultura, en la que primaba la ambición, la urgencia del deseo y la autoafirmación agresiva del yo.
Sin embargo, puede haber acción sin resistencia, sin voluntad, porque la voluntad pertenece a la antigua cultura, en la que primaba la ambición, la urgencia del deseo y la autoafirmación agresiva del yo.
Una acción originada en el pasado
está condicionada y produce conflicto. El hombre que no tiene conflicto, que no
es neurótico ni obstinado, no tiene que elegir, es libre de actuar sin el
obstáculo del condicionamiento.
Existe una acción que es
instantánea y completa que no depende del pasado ni de la voluntad, que es
absolutamente del presente. Para accionar de esta manera hay que aprender a
observar con ojos que no estén condicionados, mirar sin ninguna resistencia,
sin opción, sin comparar con imágenes del pasado, descubrir cómo vivir en el
mundo sin resistencia alguna y también descubrir qué es el amor; porque la
mente condicionada por los requerimientos del placer, no es amor. Para saber
qué es el amor debo saber lo que no es amor.
Es falso todo lo acumulado por el
pensamiento, el yo con su agresión, su individualismo, su ambición, su
competencia, su miedo, su imitación; y el amor no es ninguna de estas cosas.
Cuando la mente puede ver la
falsedad del yo, puede abandonarlo inmediatamente y renunciar a la ambición, a
la competencia, al aislamiento y a la imitación.
El amor no es celos, ni
posesividad, ni dependencia; solamente cuando descubrimos que esto es falso
podemos amar de verdad.
Hoy en día llamamos amor al sexo
y al placer y tras esa falsedad ocurren las cosas más dañinas.
Cuando uno examina la vida
cotidiana, con las tensiones, la ansiedad, la culpa, la desesperación, el
sentimiento de soledad y dolor; y es capaz de afrontarlo, sin resistirse,
aceptando todo pero observándolo con atención, viendo la vida tal cual es, se
transforma, porque comprende que dispone de toda esa enorme energía que
consumía antes oponiendo resistencia, luchando y tratando de vencer los
problemas.
El hombre también tiene que
atreverse a encarar la muerte, una de las cosas más importantes del vivir, y no
puede porque tiene miedo, el mismo miedo que tenía de vivir.
La muerte es una certeza que hay
que encarar como si se tratara de algo que vemos por primera vez, sin que nadie
nos diga lo que cree que es; y para encarar algo desconocido por completo, como
es la muerte, necesitamos mucha energía.
Si vivimos una vida de
resistencia, voluntad y elección, tendremos miedo de dejar de existir, de
morir, haremos lo mismo que hicimos en la vida, nos resistiremos, lucharemos
inútilmente por mantenernos vivos.
Pero si la resistencia, la
voluntad y la elección desaparecen hay una energía inmensa, que es
inteligencia; entonces podremos descubrir si existe la muerte.
Fuente: “La persecución del
placer”; J. Krishnamurti.
carloslimongi@yahoo.com
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